Desde 1948, la Organización Mundial de la Salud define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. En 1997 la misma organización indicaba que para que una población sea sana deben cumplirse los siguientes requisitos: paz, vivienda, educación, seguridad social, relaciones sociales, alimentación, ingreso económico, empoderamiento de la mujer, un ecosistema estable, uso de recursos sostenibles, justicia social, respeto por los derechos humanos y equidad.
La alimentación es el conjunto de acciones conscientes y voluntarias que realizamos antes de introducir un alimento en nuestro organismo. La forma en la que nos alimentamos va a generar una dieta, que es el plan alimentario que seguimos, que podrá responder o no a nuestras necesidades fisiológicas y socioculturales. En función de su adecuación a estas necesidades, la dieta generará un equilibrio o desequilibrio en nuestro organismo, afectando a nuestra salud.
Nuestro estilo de vida actual y el sistema agroalimentario industrializado global están generando una serie de consecuencias negativas sobre la salud de la naturaleza y de los seres humanos que habitamos en ella. Pero el análisis sobre nuestro bienestar es en muchos casos parcial, ya que de forma habitual nos centramos en la salud humana y los efectos que tiene sobre ella la alimentación. Los seres humanos somos un animal más dentro de los ecosistemas y el empeoramiento en las condiciones de ellos afectará, en última instancia, a todos los seres vivos. Tanto la Soberanía Alimentaria como
la Agroecología señalan a dicho sistema agroalimentario industrial globalizado entre las principales causas del hambre, de la pobreza y de gran parte de la crisis ecológica. Ambas plantean la necesidad de relocalizar la cadena agroalimentaria para, al hacerlo, generar un cambio en las estructuras de poder de la misma.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), algunas de las principales causas de enfermedad en el mundo actual son el hábito de fumar, que incluye la exposición pasiva al humo del tabaco, la falta de ejercicio y el no tener una alimentación adecuada. Se trata de factores de riesgo relativamente nuevos con una consecuencia principal: el incremento significativo de enfermedades crónicas, con dolencias prolongadas en el tiempo y que, por lo general, tienen una difícil cura pero que pueden mitigarse actuando sobre los tres factores de riesgo anteriormente indicados. En los países industrializados la prevalencia de enfermedades crónicas como la obesidad, arteriosclerosis, enfermedades coronarias, hipertensión o presión arterial elevada, diabetes mellitus y ciertos tipos de cáncer,
relacionadas con la alimentación y asociadas con el consumo excesivo de energía (kilocalorías) o de ciertos alimentos y con estilos de vida más sedentarios, se ha incrementado de manera notable en las últimas décadas, constituyendo un gran problema de salud pública.